viernes, 6 de noviembre de 2015

Viene el Deseado de todas las naciones

Quiero que sepáis, carísimos hermanos, que así como Dios es todopoderoso por naturaleza, por naturaleza es también benigno y clemente; es extremadamente fuerte y sabio en sus acciones, y rico en misericordia. El solo lo gobierna, rige y conserva todo, y es cariñoso con todas sus criaturas.

Por eso, el Dios benigno y clemente, contemplando la inacabable esclavitud del género humano, con que el antiguo enemigo cruelmente le oprimía, y resuelto como estaba a liberarlo misericordiosamente, lo consuela por medio del profeta, diciendo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes. Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis: mirad a vuestro Dios que trae el desquite». Se refiere al yugo de la dura esclavitud, al yugo de la miseria y de la infelicidad, con que le había esclavizado el antiguo enemigo por culpa del primer hombre.

Efectivamente, aquel autor de toda malignidad había tan cruelmente afligido al género humano, que ni la oblación, ni el sacrificio, ni el holocausto de ningún patriarca o profeta había conseguido liberarlo del poder del infierno. Por eso, Isaías, en son de queja, dice: Nuestra justicia era un paño manchado.

Pero, previendo el tiempo de la humana liberación de este durísimo yugo, nuevamente decía el profeta, en son de congratulación: Arrancarán el yugo de tu cuello. También Jeremías preveía que un día el género humano sería liberado del dominio del antiguo enemigo y sometido al servicio de Dios, cuando proclamaba por orden de Dios: Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos romperé el yugo de tu cuello y haré saltar las correas; ya no servirán a extranjeros, servirán al Señor, su Dios, y a David, el rey que les nombraré, es decir, Cristo. David, en efecto, ya había muerto, pero de su linaje había de nacer Cristo. Pues también David fue deseable, puntualizando que fue deseable en su estirpe, prefigurando a aquel de quien canta el profeta, cuando dice: Vendrá el Deseado de todas las naciones, a saber, el Hijo de Dios, que, en espíritu, había sido previamente revelado a los padres del antiguo Testamento.

Beato Martín de León
Sermón 2 en el adviento del Señor (PL 208, 37-39)

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