lunes, 30 de noviembre de 2015

Dios nos encargó el ministerio de la reconciliación

Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, por medio de Cristo y por un don de su liberalidad. Por medio de Cristo, Dios nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.

Este es el venero de todos los bienes. A quien nos ha hecho amigos de Dios, le debemos además todos los dones que Dios derrama sobre sus amigos. No nos ha colmado de todos estos bienes dejándonos en la enemistad con Dios, sino restituyéndonos su amistad. Cuando digo que Cristo es el autor de la reconciliación, quiero decir que también lo es el Padre; y cuando hablo de los dones del Padre no excluyo al Hijo, pues por su medio se hizo todo. Por tanto, es también el autor de este nuevo bien. No somos nosotros quienes nos hemos adelantado a su encuentro: no hemos hecho más que responder a su llamada.

Y ¿cómo nos ha llamado? Con el sacrificio de Cristo. Nos ha encargado el ministerio de la reconciliación. Pablo pone aquí en evidencia la dignidad de los apóstoles, mostrando la grandeza de la misión encomendada a ellos por el inmenso amor de Dios hacia nosotros. Aun habiendo los hombres rehusado escuchar al que les había invitado, Dios no dio libre curso a su ira ni los rechazó para siempre, sino que continúa llamándoles bien directamente, bien por medio de sus ministros.

¿Quién será capaz de exaltar convenientemente tanta solicitud? Inmolaron al Hijo enviado para reparar sus ofensas, al Hijo único y consustancial, y el Padre no ha rechazado a sus asesinos. No dijo: les envié a mi Hijo y, no contentos con no escucharle, le han condenado a muerte y le han crucificado; justo es, pues, que yo les abandone. Hizo más bien todo lo contrario. Y una vez que Cristo abandonó la tierra, nos encargó que le sustituyéramos: Nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados.

¡Oh caridad infinita! ¡Tú superas toda comprensión! ¿Quién es el ofendido? Dios mismo. ¿Quién dio el primer paso para la reconciliación? También Dios.

El Hijo, es cierto, es su enviado, pero no habla por su cuenta: es el Padre quien habla por él. Por eso dice el Apóstol: Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, es decir, actúa por medio de Cristo. Pablo ha dicho: Nos encargó el ministerio de la reconciliación; ahora parece corregirse y decir: No penséis que esta autoridad reside esencialmente en nosotros; nosotros somos únicamente los depositarios. Es Dios quien lo ha hecho todo y quien ha reconciliado consigo al mundo en su Hijo único. Y ¿qué hizo para reconciliarlo consigo?

Lo más admirable no es que lo haya admitido a su amistad, sino que lo haya unido íntimamente a sí. ¿De qué modo? Perdonándole los pecados. De lo contrario la unión hubiera sido imposible.

Dice en efecto: Sin pedirle cuentas de sus pecados. Si hubiera querido pedirnos cuentas, todo se hubiera acabado para nosotros, pues que todos estábamos muertos. Pues bien: no obstante el gran número de nuestros pecados, no sólo no nos ha obligado a sufrir la pena, sino que además ha querido reconciliarse con nosotros: no contento con abonarnos la deuda, no la ha tenido ni en cuenta.

¡Este es el modo en que debemos perdonar a nuestros enemigos, si queremos asegurarnos el perdón de Dios!

Él nos encargó el ministerio de la reconciliación. De hecho, nosotros no estamos aquí para imponeros nuevas cargas, sino para haceros a todos amigos de Dios. El nos dice: no me escucharon a mí; insistid vosotros hasta que logréis convencerlos con vuestras exhortaciones. Si no, atended al sentido de las palabras de Pablo: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.

San Juan Crisóstomo
Homilía 11 sobre la segunda carta a los Corintios (2: PG 61, 476-477)

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