viernes, 9 de octubre de 2015

Volved a mí, dice el Señor

Nosotros, amadísimos hermanos, que somos filósofos no de palabra sino con los hechos, que a la apariencia preferimos la verdad de la sabiduría, que hemos conocido el profundo sentido de la virtud más que su ostentación, que no hablamos de cosas sublimes sino que las vivimos, cual siervos y adoradores de Dios, debemos dar pruebas, mediante obsequios espirituales, de la paciencia que hemos aprendido del. magisterio celestial.

Porque esta virtud nos es común con Dios. De aquí arranca la paciencia, de aquí toma su origen, su esplendor y su dignidad. El origen y la grandeza de la paciencia tiene a Dios por autor. Digna cosa de ser amada por el hombre es la que tiene gran precio para Dios: la majestad divina recomienda el bien que ella misma ama. Si Dios es nuestro Señor y nuestro Padre, imitemos la paciencia a la vez del Señor y del Padre, pues es bueno que los siervos sean obsequiosos y que los hijos no sean degenerados.

Cuál y cuán grande no será la paciencia de Dios que, soportando con infinita tolerancia los templos profanos, los ídolos terrenos y los santuarios sacrilegos erigidos por los hombres como un ultraje a su majestad y a su honor, hace nacer el día y brillar la luz del sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y, cuando con la lluvia empapa la tierra, nadie queda excluido de sus beneficios, sino que manda indistintamente las lluvias lo mismo sobre los justos que sobre los injustos. Y aun cuando es provocado por frecuentes o, mejor, continuas ofensas, refrena su indignación y espera pacientemente el día de la retribución establecido de una vez para siempre; y estando en su mano el vengarse, prefiere escudarse largo tiempo en la paciencia, aguantando benignamente y dando largas, en la eventualidad de que la malicia, largamente prolongada, acabe finalmente cambiando, y el hombre, después de haber sido el juguete del error y del crimen, si bien tarde, se convierta al Señor, escuchando la admonición del Señor que dice: No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. Y de nuevo: Volved a mí, dice el Señor, volved al Señor, vuestro Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas.

San Cipriano de Cartago
Sobre los bienes de la paciencia (3-4: CSEL 3, 398-399)

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