viernes, 30 de octubre de 2015

Sé benigno con los hermanos desgraciados

Nunca faltan huéspedes y exilados; por todas partes pueden verse manos tendidas implorando una limosna. A éstos, el aire libre, bajo un cielo estrellado, les sirve de techo; los pórticos, las encrucijadas de los caminos y los rincones más apartados de las plazas les ofrecen cobijo. A imitación de lechuzas y búhos, se ocultan en las cavernas. Se cubren con vestidos andrajosos, desgastados y rotos. Los productos del campo son para ellos la bondad de aquellos que se compadecen de su miseria: su alimento es lo que lograren recaudar de las personas a quienes se acercan; su bebida es la misma de los seres irracionales, es decir, las fuentes; su vaso son las cuencas de las manos; su alforja es el mismo seno, mientras no esté totalmente roto, incapaz de cobijar las cosas que en él se echen. Su mesa son las rodillas juntas; su lecho, el suelo; su baño, el que Dios proporcionó a todos, construido sin intervención del humano ingenio: el río o el lago. Llevan una vida vagabunda y agreste, y no porque inicialmente optaron por este estilo de vida, sino porque las calamidades y la necesidad les han obligado a ello.

Tú que ayunas, proporciónales lo necesario para el sustento. Sé benigno con los hermanos desgraciados. Lo que sustraes al estómago, dáselo al que tiene hambre. Que el justo temor de Dios actúe de rasero igualitario. Mediante una modesta templanza, combina y modera dos tendencias entre sí contrarias: tu saciedad y el hambre del hermano. Que la razón abra a los pobres las puertas de los ricos. Que la prudencia deje expedito al necesitado el acceso al opulento. Que no sea el cálculo humano el que abastezca a los indigentes, sino sea más bien la palabra eterna de Dios la que les suministre casa, lecho y mesa. Con palabras rebosantes de dulzura y humanismo, suministra de tus bienes lo necesario para la vida. Que la muchedumbre de pobres y de enfermos encuentre en ti un seguro refugio. Que cada cual se cuide con toda diligencia de sus vecinos. No consientas que nadie se te anticipe en la solicitud, digna de recompensa, para con los allegados. Mira de no dejarte arrebatar el tesoro que te está reservado.

Abraza, como al oro, al hombre flagelado por la calamidad. Envuelve en tales cuidados la precaria salud del pobre, como si de ella dependiese tu bienestar, la salud de tu mujer, la de tus hijos, la de tus siervos, en una palabra, la salud de toda tu familia. Pues si es verdad que todos los pobres han de ser atendidos y ayudados, hemos de rodear de una especialísima atención a los enfermos. Pues el que es a la vez indigente y enfermo, está aquejado de una doble pobreza. En efecto, los pobres que poseen un cuerpo vigoroso, yendo de puerta en puerta, acabarán finalmente encontrando quien algo les dé. Además, se sitúan en los lugares concurridos, dirigiéndose a todos los transeúntes implorando ayuda. En cambio, los pobres que no gozan de buena salud, se hallan recluidos en un mísero tugurio, o incluso en un angosto ángulo del tugurio, como Daniel en el foso de los leones, y te esperan, cual otro Habacuc, a ti lleno de bondad, de preocupación y de amor hacia los pobres.

Por lo cual, hazte, mediante la limosna, colega del profeta; acude prestamente y sin ningún tipo de pereza a remediar al indigente. No temas, no padecerás merma en tus intereses. Pues de la limosna se deriva un variado y sustancioso provecho. Siembra el beneficio, para que puedas cosechar el fruto y llenar tu casa de buenas gavillas.

San Gregorio de Nisa
Homilía 1 sobre el amor a los pobres (PG 46, 458-459)

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