sábado, 26 de septiembre de 2015

San Gregorio de Nacianzo. Demos a los pobres nuestros bienes, para enriquecernos con los del cielo

El que sea sabio, que recoja estos hechos. ¿Quién dejará pasar las cosas transitorias? ¿Quién prestará atención a las cosas estables? ¿Quién reputará como transeúntes las cosas presentes? ¿Quién considerará como ciertas y constantes aquellas realidades objeto de la esperanza? ¿Quién distinguirá la realidad de la simple apariencia?; ¿la tienda terrena, de la ciudad celestial?; ¿la peregrinación, de la morada permanente?; ¿las tinieblas, de la luz?; ¿la carne, del espíritu? ¿Quién será capaz de distinguir entre Dios y el príncipe de este mundo, entre las sombras de muerte y la vida eterna, entre las cosas que caen bajo la percepción de nuestros sentidos y aquellas a las que no alcanza nuestra visión? Dichoso el hombre que, dividiendo y deslindando estas cosas con la espada de la Palabra que separa lo mejor de lo peor, dispone las subidas de su corazón y, huyendo con todas sus energías de este valle de lágrimas, busca los bienes de allá arriba, y, crucificado al mundo juntamente con Cristo, con Cristo resucita, junto con Cristo asciende heredero de una vida que ya no es ni caduca ni falaz.

Por su parte, David, como pregonero dotado de poderosa voz, se dirige a nosotros supervivientes con un sublime y público pregón, llamándonos torpes de corazón y amantes de la mentira, y exhortándonos a no poner excesivamente el corazón en las realidades visibles, ni a ponderar toda la felicidad de la presente vida en base a la abundancia exclusiva de trigo y de vino, que fácilmente se echan a perder.

Considerando esto mismo, también el bienaventurado Miqueas dice —es mi opinión—, atacando a los que se arrastran por tierra y tienen del bien sólo el ideal: Acercaos a los montes eternos: pues ¡arriba, marchaos! que no es sitio de reposo. Son más o menos las mismas palabras con las cuales nos anima nuestro Señor y Salvador, diciendo: Levantaos, vamos de aquí. Jesús dijo esto no sólo a los que entonces tenía como discípulos, invitándoles a salir únicamente de aquel lugar —como quizá alguno pudiera pensar—, sino tratando de apartar siempre y a todos sus discípulos de la tierra y de las realidades terrenas para elevarlos al cielo y a las realidades celestiales.

Vayamos, pues, de una vez en pos del Verbo, busquemos aquel descanso, rechacemos la riqueza y abundancia de esta vida. Aprovechémonos solamente de lo bueno que hay en ellas, a saber: redimamos nuestras almas a base de limosnas, demos a los pobres nuestros bienes para enriquecernos con los del cielo.

San Gregorio de Nacianzo
Sermón 14 (21-22: PG 35, 883-886)

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