jueves, 26 de marzo de 2015

Para aprender a correr rectamente, fijémonos en Cristo

Corramos —dice el Apóstol— en la carrera que nos toca. Seguidamente presenta a Cristo, que es el primero y el último, como motivo de consuelo y de exhortación: Fijos los ojos —dice— en el que inició y completa nuestra fe: Jesús. Es lo que el mismo Jesús decía incansablemente a sus discípulos: Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! Y de nuevo: Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo. Fijos los ojos, dice: esto es, para aprender a correr, fijémonos en Cristo. Pues así como en todas las artes y competiciones fijándonos en los maestros, se nos va grabando en la mente un arte, deduciendo de la observación algunas reglas, aquí sucede lo mismo: si queremos competir, si queremos aprender a competir diestramente, no apartemos los ojos de Cristo, que es quien inició y completa nuestra fe.

Y esto, ¿qué es lo que quiere decir? Quiere decir que Cristo mismo nos infundió la fe, él la inició. Lo declaraba Cristo a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. Y Pablo dice también: Entonces podré conocer como Dios me conoce. Y si Cristo es quien nos inició, también es él quien completa nuestra fe. Él renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia. Es decir, si hubiese querido, no hubiera padecido, ya que él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Lo dice él mismo en los evangelios: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí. Le hubiera, pues, sido fácil, de haberlo querido, evitar la cruz, pues como él mismo afirmó: Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Por tanto, si el que en modo alguno merecía ser crucificado, por nosotros soportó la cruz, ¿cuánto más justo no será que nosotros lo soportemos todo con ánimo varonil?

Renunciando —dice— al gozo inmediato, soportó la cruz despreciando la ignominia. ¿Qué significa: despreciando la ignominia? Eligió —dice— una muerte ignominiosa. Como no estaba sometido al pecado, la eligió, enseñándonos a ser audaces frente a la muerte, despreciándola olímpicamente.

Y escucha ahora cuál será el fin: Está sentado a la derecha del trono de Dios. ¿Ves cuál es el premio de la competición? También san Pablo escribe sobre el tema y dice:

Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble. Se refiere a Cristo en su condición de hombre. Y aun cuando no se nos hubiera prometido ningún premio por la competición, bastaría —y con creces— un ejemplo tal para persuadirnos a soportar espontáneamente todos los contratiempos; pero es que además se nos prometen premios, y no unos premios cualquiera, sino magníficos e inefables premios.

Por lo cual, cuando también nosotros hayamos padecido algo semejante, pensemos en Cristo antes que en los apóstoles. ¿Y eso? Pues porque toda su vida estuvo llena de ultrajes; oía continuamente hablar mal de él, hasta el punto de llamársele loco, seductor, impostor. Y esto se lo echaban en cara, mientras él les colmaba de beneficios, hacía milagros y les mostraba las obras de Dios.

San Juan Crisóstomo
Homilía 28 sobre la carta a los Hebreos (2: PG 63, 195)

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