martes, 3 de marzo de 2015

Después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía

En el antiguo Testamento hallamos perfectamente prefigurado de muchas maneras el misterio de Cristo y, en cierto modo se nos describe la Pasión del Salvador, por la que hemos sido liberados de todo el mal que pudiera perturbarnos y que nos había arrojado a una irremediable miseria. La disposición relativa a la condonación, en el año séptimo, de las deudas prefiguraba el tiempo de la remisión universal; e incluso el hecho de que el castigo de los azotes no debía rebasar los cuarenta golpes, nos está indicando el tan anhelado tiempo de la salvación operada por aquel Hijo unigénito después que hubo asumido la carne, tiempo en que sus cicatrices nos curaron. El fue triturado por nuestros crímenes cuando los israelitas lo cubrieron de insultos y Pilato lo hizo flagelar, mientras nosotros éramos liberados de las penas y del suplicio.

Hubo efectivamente un tiempo en que los golpes de flagelo infligidos al pecador eran muchos, pero Cristo fue flagelado por nosotros: como murió por todos, también por todos fue flagelado, habiéndose puesto en lugar de todos.

Pero la ley no permite que se exceda el número de cuarenta golpes, porque hasta la venida de Cristo los suplicios no debían rebasar la medida: en cierto modo les pone coto y, al mismo tiempo, preanuncia el tiempo de la remisión. Las figuras contienen, de hecho, en germen la belleza de la verdad.

Es también interesante notar que Israel, por haber ofendido a Dios, vagó cuarenta años por el desierto: Dios había jurado no introducirlos en la tierra prometida; pero transcurrido este tiempo su ira se aplacó, y sus hijos pasaron el Jordán y entraron en aquella tierra, porque su indignación no superó los cuarenta años.

Así pues, fue clara figura de todo esto el hecho de que algunos recibieran hasta cuarenta azotes, ya que a este número estaba condicionado el tiempo de la remisión, recordándonos el místico tránsito del Jordán y también aquellos cuchillos de piedra, es decir, la circuncisión espiritual, y asimismo aquella soberana potestad de Jesús. Porque, después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía.

San Cirilo de Alejandría
Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 8: PC 68, 574-575)

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