viernes, 16 de enero de 2015

Esta carne que era sombra de muerte, comenzó a resplandecer gracias al Señor

No podemos negar que la carne puede ser humillada de muchas maneras: circunstancias de lugar, de intensidad seductora, de la misma fragilidad que da paso a la culpa. Y aun cuando fue engañado por un adversario nada despreciable, la serpiente, gozaba no obstante de una gracia singular antes de caer en el pecado: Adán vivía en presencia de Dios, en el paraíso habitaba en plena lozanía, estaba iluminado por una gracia celestial, hablaba con Dios. ¿Has leído que fuera humillado antes de que los humillara su propia prevaricación? La herencia de este vicio ha pasado hasta nosotros, de modo que mientras vivimos en esta envoltura corporal, no queremos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Y obrando así, humillamos nuestra alma que pugna por elevarse hacia Dios. Pero este nuestro cuerpo corruptible grava el alma y predomina el apego a la morada terrestre, hasta el punto de que el alma consagrada a Dios se inclina una y otra vez a las cosas del siglo sin lograr vivir sumisa a Dios, pues la sabiduría de la carne no sabe de sumisión, sabiduría que condiciona toda nuestra afectividad.

Si esto decimos de nosotros, ¿qué diremos de la carne de nuestro Señor Jesucristo? El, es verdad, asumió toda la realidad de esta carne, por lo cual se rebajó hasta someterse a la muerte, y a una muerte de cruz. Presta atención y sopesa cada palabra. Observa que asumió voluntariamente esta nuestra condición humana, con las obligaciones inherentes a tu condición de esclavo, y hecho semejante a cualquier hombre; no semejante a la carne, sino semejante al hombre pecador, ya que todo hombre nace bajo el dominio del pecado. Y así pasó por uno de tantos. Por eso se escribió de él: Es hombre: ¿Quién lo entenderá? (Cf. Jr 17, 9).

Hombre según la carne; superhombre según su situación. Como hombre -dice— se humilló a sí mismo, pues Dios vino a liberar a los que habían caído en la abyección. Así que él mismo se humilló por nosotros.

Por tanto, su cuerpo no es un cuerpo de muerte. ¡Todo lo contrario! Es un cuerpo de vida. Y su carne no es sombra de muerte; al revés, era fulgor de la gloria. Ni en él hay lugar para la aflicción, ya que en su cuerpo reside la gracia de la consolación para todos. Escúchale si no cuando dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. El se humilló, para que tú fueras exaltado porque el que se humilla será enaltecido. Pero no todos los que son humillados serán enaltecidos, pues a muchos el crimen los humilla para la ruina. El Señor se humilló hasta someterse a la muerte, para ser enaltecido en el mismo umbral de la muerte.

Contempla la gracia de Cristo, reflexiona sobre sus beneficios. Después de la venida de Cristo, esta carne que era sombra de muerte, comenzó a resplandecer y a tener luz propia gracias al Señor. Por eso se ha dicho: La lámpara del cuerpo es el ojo.

San Ambrosio de Milán
Comentario sobre el salmo 43 (75-77: PL 14,1125-1126)

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