jueves, 9 de octubre de 2014

Todos tenemos potestad para perdonar los pecados cometidos contra nosotros

Ahora bien, si tantos son nuestros acreedores, no es menos cierto que también nosotros tenemos deudores. Los hay que nos deben en cuanto hombres, otros en calidad de ciudadanos, de padres, de hijos; están los deberes de las mujeres para con los maridos y de los amigos para con los amigos. Pues bien: si alguno de nuestros numerosos deudores se mostrare menos solícito en devolvernos los servicios que nos adeuda, debemos reaccionar con humanidad, sin recordar las injurias, antes bien trayendo a la memoria las deudas propias, no solamente para con los hombres, sino para con el mismo Dios, y que tantas veces nos hemos resistido a saldar.

Teniendo, pues, presentes las deudas que no hemos pagado, sino que más bien hemos defraudado en el pasado, cuando debimos prestar al prójimo tal o cual favor, seremos más indulgentes con quienes nos deben y no nos pagan las deudas; máxime si no echamos en olvido lo que hemos pecado contra Dios y las palabras inicuas que hemos pronunciado contra el Excelso, bien por ignorancia de la verdad, bien por intolerancia de la adversidad en la vida.

Porque si no aceptamos ser condescendientes con nuestros deudores, correremos idéntica suerte que aquel empleado que se negó a condonar la deuda del compañero que le debía cien denarios. Habiéndosele perdonado la deuda —según nos cuenta la parábola evangélica—, a continuación el Señor ordenó que lo encadenaran, y le exigió el pago de lo que anteriormente le había perdonado. Y dijo: ¡Siervo malvado y haragán! ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Metedlo en la cárcel hasta que pague toda la deuda. Y el Señor concluye: Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Todos tenemos, pues, potestad para perdonar los pecados cometidos contra nosotros, como se ve claramente en las palabras: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y en estas otras: Porque también nósotros perdonamos a todo el que nos debe algo.

Una vez que haya tratado sobre las diversas partes de la oración, creo que habrá llegado el momento de poner fin a este opúsculo. Me parece que son cuatro las partes de la oración que me toca describir y que hallo dispersas en las Escrituras, y a cuyo modelo debe cada cual reducir, como a un todo, su propia oración.

Estas son las partes de la oración. Según la capacidad de cada cual, al principio y como en el exordio de la oración,hay que dar gloria a Dios, por Cristo conglorificado, en el Espíritu Santo coalabado. Después cada cual debe situar la acción de gracias universal por los beneficios concedidos a la comunidad y luego las gracias personales recibidas de Dios. A la acción de gracias parece oportuno le suceda la dolida acusación ante Dios de sus propios pecados y la petición, en primer lugar, de la medicina que lo libere del hábito y de la inclinación al pecado, y luego, del perdón de los pecados cometidos. En cuarto lugar y después de la confesión me parece que ha de añadirse la súplica implorando los magníficos bienes celestiales, tanto para sí mismo como para toda la comunidad humana, para los familiares y para los amigos.

Y por encima de todo esto, la oración debe finalizar por la glorificación de Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo. Pues es justo que una oración que comenzó por la glorificación, con la glorificación termine, alabando y glorificando al Padre de todos, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, a quien sea la gloria por los siglos.

Opúsculo sobre la oración (28-33: PG 11, 526. 527.558-562)

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