domingo, 5 de octubre de 2014

Nuestro ángel custodio reza con nosotros

Además, mediante la pureza de corazón de que hemos hablado se hará partícipe de la oración del Verbo de Dios, que está también en medio de cuantos lo reconocen y jamás está ausente de las oraciones que se le dirigen, y ora al Padre junto con el hombre, cuyo mediador es. El Hijo de Dios es efectivamente el Pontífice de nuestra oblación y nuestro abogado junto al Padre; ora por los que oran, exhorta con los que exhortan. Pero no rezará, como por sus íntimos, por aquellos que no rezan asiduamente en su nombre, ni se constituirá en valedor ante Dios —como si ya fueran suyos— de aquellos que no obedecen los preceptos que él nos ha dado: hay que orar siempre sin desanimarse.

Y no es sólo el Pontífice el que ora con los que dignamente rezan, sino también los ángeles, que tienen más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse, así como también los santos que descansan ya en el Señor. Todo esto queda fuera de cualquier duda si pensamos que Rafael presentaba a Dios el memorial de la oración de Tobit y de Sara.

Ahora bien, una de las principales virtudes, es —según la palabra divina— la caridad para con el prójimo, caridad que hemos de pensar poseen mucho más acendrada los santos que descansan ya en el Señor para con los que luchan en la vida, que los que todavía se hallan en la lábil condición humana y apoyan la lucha de los más débiles. Pues no sólo aquí en la tierra y mediante la caridad fraterna se cumple aquello: Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan, sino que es además necesario que la caridad de quienes abandonaron esta vida diga: Aparte de todo, la preocupación por todas las comunidades. ¿Quién enferma sin que yo enferme?¿ Quién cae sin que a mí me dé fiebre?,máxime cuando Cristo ha declarado estar él enfermo en cada uno de sus santos; y que está asimismo en la cárcel, desnudo, es huésped, tiene sed, siente hambre.

¿Quién de entre los actuales lectores del evangelio ignora que Cristo refiere a su persona y considera como propio cuanto sucede a los creyentes? Si los ángeles de Dios se acercaron a Jesús y lo servían, no hemos de pensar que los ángeles hayan prestado este servicio exclusivamente durante el breve período de la presencia corporal de Cristo entre los hombres, y cuando todavía se hallaba en medio de los suyos no como quien está a la mesa, sino como el que sirve. ¡Cuán numerosos no serán verosímilmente los ángeles al servicio de Jesús que quiere reunir uno a uno a los hijos de Israel y congregar a los judíos de la diáspora, y que salva a los que le temen y lo invocan! ¡Cuántos colaboran más aún que los apóstoles al incremento y difusión de la Iglesia!

Ellos son, pues, los que, enterados en el momento de la oración por el mismo orante de las cosas que necesita, y como si hubieran recibido una delegación ilimitada, cumplen lo que pueden. Es Dios quien, al tiempo de la oración, reúne en un mismo lugar tanto al orante como al que puede venir en su ayuda, el cual, impulsado por su liberalidad, es incapaz de despreciar al que tales cosas necesita. Y para que cuando esto ocurra nadie piense que sucede casualmente, el mismo para quien hasta los pelos de la cabeza de los santos están contados, en el preciso momento de la oración une oportunamente y ofrece al necesitado que reza con fe el ángel que solícitamente le prestará el servicio requerido. Paralelamente hemos de pensar que a veces los ángeles —que son los inspectores y ministros de Dios— se hacen presentes a este o a aquel orante para contribuir a la actualización de las cosas solicitadas por él. Más aún: nuestro ángel custodio —incluso el de aquellos que son los más pequeños en la Iglesia—, que está viendo siempre el rostro del Padre celestial y contempla la divinidad de Dios nuestro creador, ora con nosotros, y ayuda en la medida de sus posibilidades a la realización de lo que pedimos.

Opúsculo sobre la oración (10-11 PG 11, 446)

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