viernes, 17 de octubre de 2014

El hombre inmortal es un magnífico himno de Dios

Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón. Quien busca a Dios, negocia activamente su propia salvación. ¿Encontraste a Dios? Posees la vida. Busquemos, pues, a fin de seguir viviendo. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: «Dios es grande».

El hombre inmortal es un magnífico himno de Dios: está cimentado sobre la justicia y en él se hallan esculpidas las sentencias de la verdad. En efecto, ¿dónde inscribir la justicia sino en el alma prudente?, ¿dónde la caridad?, y el pudor, ¿dónde?, y la mansedumbre, ¿dónde? Tales son, a mi juicio, los divinos caracteres que los hombres han de imprimir en su alma, deben seguidamente considerar la sabiduría como un buen punto de partida para cualquier etapa sobre los caminos de la vida; ver en esta misma sabiduría un puerto de salvación, al abrigo de tempestades; por ella son buenos padres para con sus hijos los que se refugiaron junto al Padre, son buenos hijos para con sus padres los que han conocido al Hijo, son buenos maridos para con sus mujeres los que se acuerdan del Esposo, son buenos amos para con sus criados los que han sido liberados de la peor de las esclavitudes.

Y vosotros que habéis malversado tantos años viviendo en la impiedad, ¿no se os acabará cayendo la cara de vergüenza por haberos comportado más irracionalmente que los animales carentes de razón? Habéis sido primeramente niños, luego adolescentes, después jóvenes, y más tarde hombres, pero jamás virtuosos. Respetad al menos la ancianidad; cuando habéis llegado ya al ocaso de la vida entrad en razón; conoced a Dios aunque no sea más que al final de la existencia, para que este final de vuestra vida ceda el paso al comienzo de vuestra salvación.

Así pues, ¡cuánto mejor es para el hombre no querer apetecer desde un principio lo que está prohibido, que obtener el objeto de sus deseos! Vosotros, por el contrario, no soportáis lo que la salud comporta de austeridad. Y sin embargo, lo mismo que, de entre los alimentos, nos deleitan los que son dulces y los preferimos atraídos por lo agradable de su gusto, y no obstante son los amargos, que hieren e irritan el paladar, los que nos curan y restituyen la salud, e incluso lo amargo de la medicación fortalece y robustece a las personas delicadas de estómago, así también la costumbre nos resulta agradable y nos cosquillea, pero acaba empujándonos al abismo, mientras que la verdad nos eleva al cielo. La verdad es, de entrada, más ruda, pero después es «una excelente nodriza para los jóvenes»; la verdad es un grave y honesto gineceo y un prudente senado. No es de difícil acceso, ni imposible de conseguir; al contrario, está cerquísima y habita en nosotros como en una casa, y, como insinúa simbólicamente aquel hombre adornado de toda clase de sabiduría que fue Moisés, reside en estos tres miembros nuestros: en las manos, en la boca y en el corazón. Aquí tenemos un auténtico símbolo de la verdad, para cuya consecución se necesitan insobornablemente estos tres requisitos: la voluntad, la acción y la palabra.

Exhortación a los paganos (Cap 10: PG 8, 223-228)

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