sábado, 27 de septiembre de 2014

Apresurémonos al encuentro de los que nos esperan

Otro tipo de santidad que, a lo que creo, ha de ser honrado de modo especial es el de los que vienen de la gran tribulación y han blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero: éstos, después de numerosos combates, triunfan ya coronados en el cielo, por haber competido según el reglamento. ¿Existe todavía un tercer género de santos? Sí, pero oculto. Porque hay santos que todavía militan, que todavía luchan; aún corren, sin haber logrado todavía el premio.

Quizá alguien me tache de temerario al llamar santos a estos tales; y sin embargo yo conozco a uno de éstos que no se avergonzó de decir a Dios: Protege mi vida, porque soy santo. Así también el Apóstol: confidente de los secretos divinos, dice más claramente: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio para ser santos. He aquí la diversidad de nombres con que es denominada la santidad: unos son llamados santos porque han conseguido ya la perfección de la santidad; a otros, en cambio, se les llama santos por la sola predestinación a la santidad.

Una santidad de este tipo sólo Dios la conoce; está oculta, y ocultamente en cierto modo es celebrada. A decir verdad, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo odia, y todo lo que el hombre tiene por delante resulta incierto. Celebremos, pues, a estos santos en el corazón de Dios, porque el Señor conoce a los suyos y sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. Celebrémosles también ante aquellos espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación; pues a nosotros se nos prohíbe alabar a un hombre mientras vive. Y ¿cómo podría ser segura la alabanza, cuando ni la misma vida es segura? El atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento, dice aquella celestial trompeta. Y escucha ahora las condiciones de la competición de boca del mismo Legislador: El que persevere hasta el final se salvará. No sabes quién va a perseverar, desconoces quién competirá conforme al reglamento, ignoras quién conseguirá la corona.

Alaba la virtud de aquellos cuya victoria es ya segura; ensalza con devotos cánticos a aquellos de cuyas coronas puedes con seguridad congratularte. Su recuerdo, cual otras tantas chispas, mejor dicho, como ardentísimas antorchas, enciende en las almas fervorosas un vivísimo deseo de verlos y abrazarlos.

Nos espera aquella asamblea de los primogénitos y nos despreocupamos de ella; nos desean los santos y no les hacemos ni caso; los justos nos esperan y nosotros conscientemente los ignoramos. Despertémonos, hermanos, de una vez; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, aspiremos a los bienes de arriba. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos al encuentro de los que nos esperan, anticipémonos con el deseo del alma a los que nos esperan.

Sermón 5 en la fiesta de Todos los Santos (2-3.6)

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