martes, 26 de agosto de 2014

Que nadie desespere por la gravedad de sus pecados

Hermanos: Habéis oído con frecuencia hablar de que existen dos hombres: Adán y Cristo: Adán es el hombre viejo, Cristo el nuevo. Así pues, el que es malo es viejo, por su imitación de aquel que, en el paraíso, fue soberbio y desobediente. En cambio el que es bueno es nuevo, por su imitación de aquel que dijo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y del que el Apóstol dice: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.

Ahora bien, como este tiempo en que vivimos es llamado nuevo, amonestamos a los que son viejos por su mala vida, que se hagan nuevos por su buena conducta. Exhortamos a los que ya son nuevos por sus buenas obras, que traten de renovarse, en este tiempo nuevo, por obras cada vez mejores. Por ejemplo, el que es nuevo por la castidad absteniéndose de actos impuros, que se renueve renunciando a la misma delectación de dichos actos. Paralelamente, el que es humilde y obediente, misericordioso y paciente, es necesario que se renueve orando todos los días y progresando en esas mismas virtudes, según lo que está escrito: Caminarán de virtud en virtud.

Carísimos, que ninguno de vosotros se crea seguro por el hecho de haber sido bautizado, porque así como no todos los que en el estadio cubren la carrera se llevan la corona, esto es, el premio, sino únicamente el que llega el primero, así también no todos los que tienen fe se salvan, sino únicamente los que perseveran en la buena obra comenzada. Y lo mismo que el que compite con otro se impone toda clase de privaciones, así también vosotros debéis absteneros de todos los vicios, para poder superar al diablo, vuestro perseguidor. Y puesto que el Señor os ha llamado ya por la fe a su viña, es decir, a la unidad de la santa Iglesia, vivid y comportaos de suerte que podáis recibir, de la liberalidad de Dios, el denario, esto es, la felicidad del reino.

Que nadie desespere por la gravedad de sus pecados, diciendo: Son tantos los pecados en los que he andado envuelto hasta la vejez y la edad decrépita, que ya no puedo pensar en merecer el perdón, máxime teniendo en cuenta que han sido los pecados los que me han abandonado a mí y no yo a ellos. En absoluto, este tal no debe desesperar de la misericordia de Dios, porque unos son llamados a la viña de Dios al amanecer, otros a media mañana, otros al mediodía, otros a media tarde y otros al atardecer, o sea, unos son llamados al servicio de Dios en la niñez, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez y otros en la edad decrépita.

Y lo mismo que nadie debe desesperar, en razón de la edad, si quisiere convertirse a Dios, así ninguno debe sentirse seguro en base a la sola fe; antes bien, ha de sentir verdadero horror por lo que está escrito: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Que hemos sido llamados por la fe, lo sabemos; pero ignoramos si somos de los escogidos. Así pues, tanto más humilde ha de ser cada uno cuanto que ignora si ha sido escogido.

Que Dios todopoderoso os conceda no ser del número de aquellos que pasaron el Mar Rojo a pie enjuto, comieron el maná en el desierto, bebieron la bebida espiritual y acabaron muriendo en aquel mismo desierto a causa de sus murmuraciones, sino de aquellos otros que entraron en la tierra prometida y, trabajando fielmente en la viña de la Iglesia, merecieron recibir el denario de la felicidad eterna; así podréis, junto con Cristo, vuestra cabeza, de cuyo cuerpo vosotros sois miembros, reinar por todos los siglos de los siglos. Amén.

De un sermón del siglo IX
(Sermón 4, 2-7: SC 161, 170-175)

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