Sé
súbdito del Señor e invócale (Sal 36, 7). No sólo se te aconseja que
estés sujeto a Dios, sino que invoques al Señor y así puedas llevar a feliz
término tu deseo de sujeción a Dios. Pues añade: Encomienda tu
camino al Señor, confía en él (Sal 36, 5). No sólo te conviene
encomendar a Dios tu camino sino también confiar en él. La verdadera sumisión
no es ni abyecta ni vil, sino gloriosa y sublime, pues está sujeto a Dios,
quien hace la voluntad del Señor.
Además,
¿hay alguien que ignore que la sabiduría del espíritu es superior a la
sabiduría de la carne? La sabiduría del espíritu está sujeta a la ley de Dios;
la sabiduría de la carne no le está sometida. Sé, pues, súbdito, es decir,
próximo a Cristo: así podrás cumplir la ley. Pues Cristo, cumplió la ley
haciendo la voluntad del Padre. Por eso Cristo es el fin de la ley, como es la
plenitud de la caridad: pues amando al Padre, centró todo su afecto en hacer su
voluntad. Por eso escribió el Apóstol en elogio suyo: Y, cuando todo esté
sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había
sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos (1Cor 15, 28). Y Cristo
mismo dice de sí: Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi
salvación (Sal 61, 2).
Finalmente,
estaba sujeto a sus padres, José y María, no por debilidad, sino por devoción
filial. La máxima gloria de Cristo radica en insinuarse en el corazón de todos
los hombres, apartándolos de la impiedad de la perfidia y de afición al
paganismo, y sometérselos a sí.
Y
cuando se lo hubiere sometido todo, entrare el conjunto de los pueblos y se
salvare Israel, y en todo el orbe no hubiere más que un solo cuerpo en Cristo,
entonces también él se someterá al Padre, ofreciéndole en don, como príncipe de
todos los sacerdotes, su propio cuerpo sobre el altar celestial. La fe de todos
será el sacrificio. Por tanto, esta sumisión es una sumisión de piedad filial,
pues el Señor Jesús será sometido a Dios en el cuerpo. Y nosotros somos su
cuerpo y miembros de su cuerpo. Sé, pues, un hombre sujeto a Cristo, esto es,
súbdito de la sabiduría de Dios, súbdito del Verbo, súbdito de la justicia,
súbdito de la virtud, pues todo esto es Cristo. Que todo hombre se someta a
Dios. Pues no sólo a uno, sino a todos les aconseja que sometan su corazón, su
alma, su carne, para que Dios lo sea todo en todos. Sujeto es, pues, quien está
lleno de gracia, quien acepta el yugo de Cristo, quien animosa y decididamente
observa los mandamientos del Señor.
San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 36 (16: PL 14,
973-974)
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