La providencia misericordiosa de Dios, cuando dispuso
socorrer en la plenitud de los tiempos al mundo que perecía, determinó salvar a
todos los hombres en Cristo.
Entre, entre en la familia de los patriarcas la
totalidad de los gentiles, y reciban los hijos de la promesa la bendición de la
descendencia de Abraham, a la que han renunciado los hijos según la carne. En
la persona de los tres magos adoren todos los pueblos al Autor del universo; y
sea Dios conocido no sólo en Judea, sino en todo el orbe, a fin de que en todas
partes su fama sea grande en Israel.
Adoctrinados, amadísimos hermanos, por estos misterios de la
gracia divina, celebremos, llenos de gozo espiritual, el día de nuestras
primicias y el comienzo de la vocación de los gentiles, dando gracias a Dios
misericordioso que, como dice el Apóstol, nos ha hecho capaces de compartir la
herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las
tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido; porque, como había
profetizado Isaías, el pueblo de los gentiles que caminaba en tinieblas vio una
grande luz; sobre los que habitaban en tierra de sombras brilló un intenso
resplandor. De ellos dice el mismo profeta, dirigiéndose al Señor: Tú llamarás
a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.
Éste es el día que Abraham contempló y saltó de gozo,
al reconocer a los hijos de su fe que habían de ser bendecidos en su
descendencia, que es Cristo; y, al contemplar de antemano que había de ser por
su fe padre de todas las gentes, dio gloria a Dios, plenamente convencido de
que Dios, que lo había prometido, tenía también poder para cumplirlo.
Éste es el día que cantó el salmista, cuando dijo: Todos
los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre; y
también: El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su
justicia.
Sabemos que estas predicciones empezaron a cumplirse desde
que la estrella hizo salir de su lejano país a los tres magos, para que
conocieran y adoraran al Rey de cielo y tierra. Su docilidad es para nosotros
un ejemplo que nos exhorta a todos a que sigamos, según nuestra capacidad, las
invitaciones de la gracia, que nos lleva a Cristo.
Todos, amadísimos hermanos, debéis emularos en este empeño,
a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se
llega por la integridad de la fe y por las buenas obras; por nuestro Señor
Jesucristo, que vive y reina con Dios Padre y el Espíritu Santo por los siglos
de los siglos. Amén.
(Sermón 3 En la Epifanía del Señor, 1-3. 5: PL 54, 240-244)
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