Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de
unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel
supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello,
incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se
hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien
hace o quien ofrece el Sacrificio éste, sin embargo, es una acción divina, como
nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta
acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio
cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que
entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de
aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está
escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.
Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos
o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio,
y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el
fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene
sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es
estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es
decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como
un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a
sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros
llegáramos ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma esclavo y bajo
ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote
y sacrificio.
Por esto, nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros
cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro
culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo,
sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar
cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya
que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia de Dios
que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en
más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe
que Dios otorgó a cada uno. Pues así como nuestro cuerpo, en unidad, posee
muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así
nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está
al servicio de los otros miembros. Los dones que poseemos son diferentes, según
la gracia que se nos ha dado.
Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de
muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado
también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los
fieles, donde se de muestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se
ofrece a sí misma.
San Agustín, obispo,
la Ciudad de Dios Libro 10,6
Todo lo que hagamos lo hacemos para ofrecérselo a Dios, creo entender eso.
ResponderEliminar